Reportaje: Los casos no resueltos de abuso sexual: Los hilos que enredan el caso de la Rana Sabia
(GK-exclusivo) Hace poco más de dos años Bernarda Robles denunció al fundador de la corporación cultural Rana Sabia por violación. En este tiempo se ha enfrentado a la revictimización, a la indolencia y a un sistema que declaró inocente a un titiritero de 79 años que tiene al menos seis señalamientos más por violencia sexual.
Por Isabela Ponce.- Bernarda Robles acaricia su pelo negro ondulado largo y muestra los mechones azules que se tinturó hace dos días. “Después del ataque me lo corté chiquito. Él siempre me lo tocaba y decía que le encantaba mi cabello. Por eso me lo corté”, dice, en una soleada mañana de marzo de 2021, mientras separa las hebras con sus dedos. “Él” es Fernando Moncayo, un titiritero quiteño con casi 50 años de trayectoria y fundador de La Rana Sabia, una corporación cultural dedicada a la creación de títeres y presentación de obras, también conocido como teatro de muñecos. Él fue sobreseído el 20 de agosto de 2021 luego de cumplir arresto domiciliario, tener prohibida la salida del país y portar un grillete electrónico por la presunta violación a Bernarda Robles. “El ataque” es lo que ha marcado la vida de Bernarda Robles desde el 25 de julio de 2019, cuando decidió publicar su denuncia en un hilo de Twitter.
Desde ese día en que señaló en esta red social a Moncayo por violación sexual, hasta hoy, Bernarda Robles se ha enfrentado a funcionarios públicos indolentes e incompetentes, a audiencias pospuestas, canceladas y vueltas a posponer, a que le digan falsa víctima, a abogados que no entienden qué es la violación —a una sociedad que todavía no les cree a las sobrevivientes de violencia.
Han sido 28 meses en los que ha tenido que pausar su vida —decir no a oportunidades de trabajo, renunciar a proyectos— para hacer trámites, someterse a peritajes, dar versiones, e ir a audiencias.
Temprano en la mañana del 25 de julio de 2019, mientras Bernarda Robles navegaba en redes sociales, se topó con un anuncio de la Rana Sabia. “Decía ‘vengan a compartir la alegría’, y a mí me quitaron esa alegría. ‘Vengan a compartir los sueños hermosos’, y yo ya no tenía sueños. ‘Vengan a compartir la magia’, y para mí la vida dejó de tener magia”, recuerda Robles las frases del afiche y lo que pensó al leerlas.
En ese momento decidió que no podía ocultarlo por más tiempo. Tuiteó:
“Hoy me derrumbo, no puedo más y tengo que hacerlo público.
El leer sobre él, escuchar noticias, ver sus propagandas simplemente me mata por dentro. Hoy digo lo que he callado por casi 10 años. Fernando Moncayo fundador de la Rana Sabia es un acosador y abusador sexual”
Esas 48 palabras fueron el inicio de un hilo en el que contó cómo lo conoció y por qué llegó a vivir, en 2012, en la “casa vieja”, como le dicen a una pequeña construcción al lado de la casona donde viven Fernando Moncayo y su esposa Claudia Monsalve —también titiritera—, que está rodeado por un patio inmenso y verde en La Merced, en el valle de Los Chillos, a 30 kilómetros del centro norte de Quito.
Pocos minutos después de tuitear, le empezaron a llegar decenas de mensajes y llamadas que no pararon por semanas: de gente que la apoyaba, de personas que la insultaban, y de otras mujeres que le contaron que también habían vivido situaciones similares con Moncayo.
Tres de ellas —Verónica Vacas, Sofía Ferrín y Rosana Valdez— hablaron para este reportaje. Los otros testimonios son recogidos de redes sociales: Juana López Wilches grabó su testimonio en un video que circuló hace un año, y Andrea Miniguano y Soledad C. escribieron su historia, también hace 12 meses, en Twitter y Facebook. Las siete mujeres señalan a Fernando Moncayo como acosador, abusador o violador sexual.
Solo Bernarda Robles empezó un proceso judicial.
Verónica Vacas tiene hoy 37 años. Sus padres eran amigos de Moncayo desde antes de que ella naciera y, desde niña, visitó la casa vieja y asistió a las funciones de la Rana Sabia. Cuando tenía 16, en el año 2000, dice que Fernando Moncayo fue a almorzar a la casa en la que Verónica vivía con sus padres, abuela, y dos hermanos. “Un rato todos se fueron arriba y nos quedamos solo los dos (Fernando y yo) en la cocina. Y ahí el man, de repente, me tocó los senos”, dice Verónica Vacas, detrás de una mascarilla que se saca cada tanto para que no se le empañen sus lentes. “Después fuimos donde estaba la computadora porque él quería que lo ayudara con algo, y ahí otra vez me tocó los senos; yo no pude reaccionar, estaba de pie, y solo atiné a irme, encerrarme en el baño y llorar”. Desde ese día, dice Verónica Vacas, sus padres cortaron la relación con Fernando Moncayo para siempre.
Rosana Valdés conoció a Moncayo en 2002 cuando ella tenía 20 años y había llegado a Ecuador desde Argentina, con su entonces pareja quien también es titiritero. Moncayo, amigo de su pareja, les ofreció vivir en la casa de la Rana Sabia. “Desde el comienzo me incomodaba que él a todas las mujeres las saludaba agarrándolas de la cintura, empujando su cuerpo contra el de él, y dándoles un beso en la boca”, recuerda Rosana Valdés. Una noche, dice, dándole un sorbo a su mate, Moncayo la llamó para mostrarle la biblioteca de su casa.
Apenas entraron, recuerda Valdés, él la agarró con fuerza de la cintura y la besó. Aterrorizada, logró soltarse y correr hasta el cuarto donde dormía con su marido. Dice que le contó a su pareja, quien no le dio importancia, y luego buscó un departamento; se mudaron una semana después. Los siguientes meses Valdés y su marido visitaron la casa en La Merced para hacer funciones de títeres o cenar con Moncayo y Monsalve. “Él siempre me miraba de manera intimidante, nunca más hablamos a solas, pero me daba mucho miedo”, dice.
Sofía Ferrín también tiene 37 años. Conoció a Fernando Moncayo hace 12. Una mañana de 2009 se encontró al fundador de la Rana Sabia en una librería de textos usados. “Nos quedamos conversando muchas horas, yo le conté que estaba leyendo los viajes de Marco Polo y él me dijo que había hecho la ruta de Marco Polo con los títeres. Sus historias me parecían fascinantes. Llegó la hora del almuerzo y me invitó. Fue chévere porque yo lo veía como un viejito bien interesante”, recuerda Sofía Ferrín. En ese entonces Fernando Moncayo tenía 67 años.
Luego de almorzar, él la acompañó a la parada de bus. “Me cogió duro la cara con las dos manos y me besó con fuerza. Yo me quedé fría, no pude reaccionar, no pude empujarlo ni gritarle”, dice Ferrín —en una llamada de Zoom desde un patio verde en uno de los valles afuera de Quito.
Dos días después, Moncayo la llamó al teléfono de su casa —que ella no tiene claro cómo consiguió— y le ofreció una beca para que viviese y trabajase en la casa de la Rana Sabia; incluso le dijo que le pagaría la escuela a su hija que en ese entonces tenía cuatro años. Durante un mes, siguió llamándola pero Sofía Ferrín nunca más contestó; la persona que cuidaba a su hija en casa respondía las llamadas y le avisaba que era él.
Por ese tiempo, ella fue a visitar a un amigo quien le dijo que Fernando Moncayo lo había llamado a preguntar por ella. Por ese tiempo, una persona que conocía a ella y a Moncayo la contactó para decirle que aceptase la beca que él le había ofrecido. Sofía Ferrín dice que con 25 años y poca noción sobre la violencia sexual, dejó pasar estos hechos.
En un video que circuló en septiembre de 2020, Juana López Wilches cuenta que Fernando Moncayo intentó besarla y manosearla cuando estaban solos en el taller de títeres.
En 1998, ella llegó de Colombia a Ecuador para tomar un taller de títeres a cambio de un trabajo en la “casa vieja” porque sus padres eran amigos de Moncayo. “En tres ocasiones Fernando intentó besarme y tocarme los senos en los momentos en que nadie estaba presente. Me callé porque dependía totalmente de ellos, y eran tan cercanos que preferí dejar así, y alejarme de Fernando en lo posible”, escribió Juana López Wilches en una publicación que circuló en redes sociales junto al video.
Soledad C., quien pidió mantener su apellido en reserva, escribió que trabajó por dos fines de semana en la Rana Sabia cuando había funciones de títeres. “Uno de esos días, Fernando M. mientras me indicaba sobre la limpieza del teatro, puso atención en observar si había alguien alrededor que nos estuviera mirando, y cuando nos encontramos solos, él se acercó a mí hablándome como a una niña pequeña, sujetó mi rostro forzadamente e intentó besarme”. En el texto dice que intentó “hacer lo mismo un par de veces más durante el corto tiempo” que estuvo ahí.
Andrea Miniguano también eligió escribir su testimonio y firmarlo con su nombre y apellido: “Yo fui víctima de acoso del mismo violador que tuvo Bernarda Robles… cuando leí su historia vino un recuerdo que no quería tener… en mi caso tuve suerte y no sufrí más daño, ‘solo’ el acoso
Sentada en un sofá crema de la sala de la casa de sus padres al norte de Quito, Bernarda Robles —mientras fuma un cigarro orgánico que acaba de enrollar— dice que sintió mucha rabia cuando empezó a recibir todos los mensajes y a escuchar las historias de las seis mujeres y otras más que decidieron no contarlas públicamente. “Fue fuerte saber que había muchas más como yo, y demasiado dolor de todas”.
Bernarda no solo recibió mensajes de quienes dijeron ser víctimas de Moncayo sino de otras mujeres sobrevivientes de violencia de sus padres, tíos, hermanos, parejas, que le pedían consejos sobre cómo sobrellevarlo, dónde ir para buscar apoyo psicológico, legal.
También hubo solidaridad de varios colectivos y gestores culturales. La Asociación de Artes Escénicas publicó un comunicado que dice “Dolidos, consternados, recibimos la denuncia de Bernarda”. El texto, publicado en redes sociales, luego estuvo acompañado por el hashtag que se popularizó esa época #BernardaYoTeCreo. Un pronunciamiento del colectivo Mujeres X la Cultura Ecuador, reunió 266 firmantes —grupales e individuales— de diferentes áreas de la cultura y el arte, pero también del feminismo y defensa de los derechos humanos respaldaron a Bernarda Robles. En su breve columna De la luz a la sombra, el escritor Francisco Febres-Cordero escribió sobre Moncayo: “Y entonces la imagen de él se transmutó: dejó de ser la de un dulce, risueño y barbado titiritero para convertirse en la de un despiadado abusador no solo de una, sino de varias otras mujeres que han ido sumando sus testimonios”.
Pronto, muchas mujeres empezaron a ver a Bernarda Robles como un ejemplo. Una guía. “Es muy desgastante porque siento que tengo un peso gigante sobre mí, es un peso que yo no busqué. Cuando me dices tú llevas la bandera de la justicia, es una bandera que yo no pedí. Y a veces es demasiado pesada”.