(reportaje) Los Waoranis, guardianes de la selva en la Amazonia ecuatoriana
(reproducimos reporte de radio Pichincha) Waoranis protegen la selva fomentando el turismo en el corazón del Yasuní
por Edison Paucar (1 año de esta visita y casi no ha cambiado la situación)

A través de un proyecto de turismo comunitario, los citadinos ahora pueden descubrir la vida, la cultura y las amenazas que enfrentan los waoranis, en medio de la selva.
Punto Noticias.- Lo que envuelve el ambiente es un sonido profundo, agudo, como pellizcar una cuerda de guitarra. También hay zumbidos de mosquitos, abejas, avispas que se alejan o acercan. También hay cánticos dulces de guacamayos, un croar repetitivo de sapos, los silencios arácnidos. El intenso rumor de la vida.
Dentro del río Numapare, en la provincia amazónica de Orellana, nos divertimos nueve visitantes que llegamos desde Quito, la tarde del sábado 5 de octubre de 2024. Junto a nosotros hay tres waoranis, de la familia Tega Baihua, que nos cuidan y explican que, si avanzamos más adentro, podremos nadar con mayor soltura, porque allá la arena está honda.
“¿Qué significa Numapare?”, pregunto. “Numa es caimán y pare significa río”, responden. Y cuentan que en el río hay pirañas y caimanes bebés, que los caimanes grandes llegan cuando oscurece y ya no se puede ingresar al río, porque es peligroso.
Todo el grupo avanza a la zona profunda. El sol es fuerte y el agua fría. Dejo de nadar y me sostengo de un tronco que se encuentra clavado en la mitad del trayecto. El sonido del río es continúo, absorbente.
“Estamos en el corazón del Yasuní”, digo, bajo la sombra de ramas de árboles y ojos de decenas de mariposas que dejaron de observarme, como si ya fuera parte del paisaje. “La selva es nuestro hogar”, responde Ehuenguinto Tega, el mayor de los waoranis.
Reinicio el nado a su lado, sintiéndome miembro de su comunidad milenaria y de la jungla amazónica. Pero es inevitable pensar, ¿quiénes son los waoranis?

El inicio
Los waorani viven en la Amazonía ecuatoriana, especialmente en las provincias de Pastaza, Orellana y Napo, entre los ríos Curaray y Napo. Son cazadores, recolectores de frutas y pescadores. Su idioma es el wao terero y sus viviendas son construidas con palmas de paja toquilla y hojas entretejidas, las cuales forman un techo en forma de triángulo, sobre una estructura de madera rectangular.
Esta comunidad milenaria vivió en aislamiento hasta la década de 1950, cuando misioneros evangélicos estadounidenses ingresaron a su territorio y forzaron el contacto.
Según datos de la Nacionalidad Waorani del Ecuador (NAWE), actualmente hay 3.000 personas que pertenecen a la comunidad. Muchos aprendieron a hablar español y viven en ciudades urbanas, como El Coca, capital de la provincia de Orellana.
Sin embargo, aún preservan su lengua, costumbres y tradiciones.
Cuando uno ingresa a su territorio, mira que los hombres llevan un cordón en su cintura, donde amarran su pene hacia arriba, para moverse con comodidad en la selva. El resto del cuerpo permanece desnudo. Mientras que las mujeres usan una prenda en la cintura, hecha con la corteza de un árbol. También tienen coronas de plumas en la cabeza.
“Bameno / pekewe / menika baemo / wañe bai daemo”, cantaron tres mujeres y dos hombres waoranis cuando ingresamos a la comunidad de Numapare. Un ritual de bienvenida y hospitalidad, que en español significa: “Bienvenidos / hermanos / gracias por venir / ahora vamos a estar con ustedes”.

Turismo comunitario
Los nueve visitantes que partimos de Quito, para compartir con la comunidad waorani, llegamos a El Coca, provincia de Orellana. Ahí comimos chontacuros (gusano de chonta), mirando la confluencia de los ríos Napo y Coca.
“Sabe a papa chaucha”, dijo la visitante Evelin C., al probar un chontacuro asado y otro vivo. “A mí me pareció su sabor a coco rallado”, le comenté, luego de comer uno asado y negarme a probar el vivo.
Tras este tour gastronómico, nos dio el encuentro Ñeimo Tega. Él nos guio en un viaje por la carretera, que salió de El Coca, pasó por la parroquia Dayuma y, finalmente, llegó a la comunidad Numapare, en un lapso aproximado de dos horas.
Ñeimo Tega lidera el proyecto de turismo comunitario Huaorani Camping. Él es enérgico, risueño, lleva un collar de semillas rojas en su cuello y una corona de plumas blancas, con partes amarillas y rojas.
“La idea es que las personas que nos visiten, no le hagan daño al ambiente. Damos la cosmovisión nuestra, como nacionalidad, y nuestra convivencia diaria”, dice. Y nos muestra la cocina, el baño y las cabañas con colchón y toldo (muy similares a los hogares waorani) donde descansaremos.
Ñeimo Tega, al igual que muchos waoranis, adoptó un nombre mestizo para poder interactuar con ellos. Así, los turistas que llegan a su tierra y caminan a su lado lo llaman Miguel, con toda confianza.
“El proyecto turístico nació de la familia Tega y Baihua, en vista de que se puede vivir en armonía con la naturaleza”, señala. Y luego cuenta que waorani en español significa persona de verdad.
Actualmente, Ñeimo Tega es presidente de la junta parroquial de Cononaco, ubicada en el cantón Aguarico, provincia de Orellana. Un organismo medular: representa a las 11 comunidades que se encuentran dentro del Parque Nacional Yasuní.
Con su iniciativa de turismo comunitario en el sector, uno no solo conoce a los waoranis en su pasado, sino también en su presente. Y entiende los peligros que enfrentan, sus luchas de resistencia.

El petróleo y sus mecheros
La vida de los waoranis está en constante riesgo por las amenazas que enfrenta su territorio. Entre 2001 y 2020, la Amazonía tuvo una tasa de deforestación de 623.510 hectáreas, de acuerdo a datos analizados por la Fundación EcoCiencia.
Además, la extracción de crudo ha provocado contaminación de ríos, aire, suelos, y enfermedades respiratorias o cancerígenas. Un informe de la Unión de afectados por las operaciones petroleras de Texaco (Udapt) señala que las comunidades amazónicas tienen tasas de cáncer que duplican el promedio nacional, debido a la contaminación de la actividad petrolera.
Solo en el tramo de la parroquia Dayuma a la comunidad Numapare, muy cerca de la carretera, se observan al menos tres “mecheros” encendidos, dentro de instalaciones petroleras, las 24 horas del día.
Los “mecheros” forman parte de la infraestructura de extracción de petróleo. Se utilizan para quemar gases residuales o excedentes del procesamiento de crudo. Estos gases, en su mayoría compuestos de metano, cuando son quemados liberan dióxido de carbono, hollín y otros componentes que contaminan el aire y afectan la salud.

En julio de 2021, un tribunal de justicia, de la provincia de Sucumbíos, le dio la razón a nueve niñas amazónicas, que solicitaron una acción de protección para impedir la operación de los “mecheros”.
El fallo judicial admitió que esta práctica vulneró sus derechos a la salud, al ambiente sano y los derechos de la naturaleza, reconocidos en la Constitución. El tribunal dispuso su eliminación progresiva hasta el año 2030. Sin embargo, las denuncias de las personas afectadas continúan, porque no se cumple a cabalidad la sentencia.
“Somos hijas de madres con cáncer y exigimos a las autoridades del Estado que miren a la Amazonía. Nuestro territorio no cuenta con hospitales oncológicos, ni doctores capacitados para tratar el cáncer. Escuchen nuestro grito de auxilio y dejen de matarnos lentamente”, expresaron Yamilet Jurado, Leonela Moncayo, Dennisse Núñez y Kerly Herrera, el 21 de febrero de 2024.
Ellas son cuatro de las nueve niñas accionantes del “Caso Mecheros”, y comparecieron en una sesión de la Comisión de Biodiversidad, de la Asamblea Nacional, en el marco de fiscalización del cumplimiento de la sentencia.
El 5 de junio de 2024, el ministro de Energía de entonces, Roberto Luque, señaló que de los 486 mecheros registrados en las provincias de Orellana, Sucumbíos y Napo, se eliminaron 145.
Además, señaló que el Ministerio de Energía emitió un reglamento, en septiembre de 2022, para eliminar los “mecheros” ubicados a menos de 100 metros de centros poblados.
Así, los tres “mecheros” que las personas observan cerca a la carretera, en la ruta Dayuma – Numapare, forman parte de los 341 que aún deben apagarse.
En postes y paredes cercanas a estas infraestructuras, los pobladores (muchos de ellos waoranis) pintaron símbolos de muerte, incendios y calaveras, con mensajes de: “No más mecheros”, “Eliminen”, “Nunca más”.
Pero quizás la contradicción y gravedad de este caso esté reflejado en otro mensaje pintado en una tienda rústica, en la mitad de la vía Auca. Ahí los denunciantes escribieron: “Apaguen los mecheros y enciendan la vida”. Sin embargo, alguien borró la palabra “apaguen” y distorsionó el mensaje.
Los conductores, cuando cruzan por ahí, leen un fragmento extraño, como que los mecheros encienden la vida. Un mensaje para no preocuparse, peor protestar. Algo para olvidarlo enseguida, como tantos objetos ambiguos que asoman por unos segundos en la carretera. Muy cínico, ¿verdad?

La selva
A pesar de los mecheros que devoran lentamente el aire de la selva y de la lucha incansable de los waoranis por proteger su hogar, la vida en el Yasuní sigue mostrando su majestuosidad.
Por las noches, quienes se encuentran en la comunidad Numapare, son testigos de una infinidad de insectos que sobrevuelan o transitan a su lado. La Amazonía alberga entre el 25% y el 30% de la biodiversidad terrestre del planeta.
Allá va la mariposa Morfo Azul, cuyo vuelo iridiscente ilumina las sombras. Acá están la hormiga bala y los escarabajos Hércules, con sus enormes cuernos. Alguien vio a la abeja sin aguijón, productora de una miel de sabor peculiar, y otra persona dice que halló al grillo espinoso.
Babe Papa Tega, un joven waorani que adoptó el nombre mestizo de Richard, me lleva hasta el borde del río. Enciende una linterna y apunta al fondo. “Ahí está el gran caimán, mírale sus ojos, parecen globos”.
Por las tardes, en cambio, quienes se encuentran en la comunidad, tienen la oportunidad de sumergirse en la profundidad de la selva. Junto a los waoranis visitan el saladero de monos, descubren las virtudes de las plantas y se hipnotizan en el imponente mirador del Yasuní.
“Lo que más me gustó es la limonada waorani, que probé de la rama de un árbol. Lo sacan, lo muelen, sale un juguito de hormiga y sabe como a limonada”, dijo el turista estadounidense Daniel Radford.

Según datos de la organización WWF Internacional, en la Amazonía se han descubierto más de 40.000 especies de plantas, 3.000 especies de peces, 427 especies de mamíferos, 1.300 especies de aves, 378 especies de reptiles y más de 400 anfibios.
Sí, llegar a esta comunidad waorani es un viaje para encontrarse con uno mismo y comprender la fuerza de la vida en todas sus dimensiones. No se trata solo de seres humanos, animales e insectos, sino también de la paciencia de la naturaleza por conservar su paz y su existencia.
Antes de ingresar o salir de la comunidad Numapare, uno se encuentra con el árbol más grande de todo este sector del Yasuní: un ceibo que envuelve el ambiente con su afonía sutil y tiene la presencia de jefe absoluto. Un ser que prevalece frente a todas las amenazas acontecidas en su jungla.
“Cuando vi el árbol, lo primero que me pregunté fue cuántos años tiene. Parecía tener más de 500. Es incalculable. Me parece fuera de lo común un árbol tan alto. Un amigo se demoró un minuto en rodear el árbol caminando. Así de ancho era. Y no se le podía ver la copa desde abajo”, dijo el visitante Andrés Viera. “Es bonito exponerse así ante un ser tan gigante, tan monumental en la selva”.