San Virgilio: el bosque intacto que los kichwas protegen en el corazón de Pastaza
(Ecuavisa) Entre ceibos de 500 años, monos, aves y ríos caudalosos, el bosque San Virgilio revela la riqueza natural que las comunidades indígenas protegen con esfuerzo y sabiduría
El bosque San Virgilio es un fragmento de selva primaria casi intacto, un lugar donde la naturaleza se muestra en estado puro. Se extiende sobre la colina Julawatu Urku, en la cordillera de Las Castañas, cantón Arajuno, provincia de Pastaza.
Son 2 542 hectáreas de selva a las que pocos han logrado entrar. Sin senderos marcados, apenas pasos improvisados sobre la hojarasca húmeda. El recorrido comienza junto al Curaray, un río que atraviesa más de la mitad del bosque, dibujando amplias curvas entre lomas arboladas.
Sus aguas turbias, cargadas de arcilla arrastrada por la lluvia, son refugio de peces como carachamas, zabaletas, barbudos y raspabalsas, además de lagartos que merodean por la orilla. Cada crecida deposita humus en sus márgenes, fertilizando el suelo.
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Desde 2010, 87 familias quichuas lo protegen bajo el programa Socio Bosque del Ministerio de Ambiente. Cinco afluentes que alimentan al Curaray también forman parte de este sistema de conservación.
Damián Aguinda, presidente de la comunidad San Virgilio, contó que en la zona se utilizaban químicos que mataban a los peces. Para protegerlos, la comunidad optó por la pesca artesanal para el consumo familiar.
Los monos y las aves se pasean por la copa de árboles gigantes
Cerca de la ribera crecen ceibos gigantes de hasta 80 metros de altura y más de 20 metros de diámetro. Sus raíces extendidas les dan estabilidad. Aquí se han identificado al menos 10 ceibos que superan los 500 años.
En el camino aparecen también chunchos, tucutas, sandíes e incluso caobas, hoy casi extinguidas. La comunidad ha registrado 46 especies de árboles en esta zona.
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En las copas, monos chorongo, chichico y ardilla se desplazan como acróbatas en busca de frutos del tarapoto, una palma de hojas anchas y flores blancas. Las semillas caídas son recolectadas por guatusas, pequeños roedores que las entierran en distintos lugares. Muchas quedan olvidadas y germinan, asegurando la regeneración del bosque.
Más al este, el rumor del río se apaga y surge el canto del cucupaccho, ave de plumaje café y amarillo que se asoma entre nidos colgantes. A su vuelo se suma una bandada de periquitos verdes que atraviesan el dosel con rapidez.
Se han censado al menos 36 especies de aves en este bosque. Con el calor del mediodía y los 24 grados que marca el ambiente, muchas se refugian entre el follaje.
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Casi al final del sendero aparece otra sorpresa: la tarántula pollera, que puede alcanzar hasta 22 centímetros. Pese a su tamaño, es dócil y poco venenosa. Cumple un papel clave como depredadora de insectos y plagas.
Desde 2021, las comunidades quichuas que lo custodian son reconocidas como Guardianes de la Amazonía, un título que refleja su compromiso con la selva y con la vida que alberga el bosque San Virgilio.